La novela Palos de ciego es mi primera tentativa en el género narrativo y ocupó mis ocios de una travesía del Atlántico que duró el doble de lo previsto. Cabe decir que fue escrita en el agua, como el nombre de Keats en su epitafio romano, con la diferencia de que el nombre del poeta estaba llamado a perdurar y el mejor destino de mi manuscrito hubiera sido el de ser arrojado por la borda y devorado por los peces. Pecado de juventud, confesión general, desahogo pueril, pronto se desvanecerían las inevitables ilusiones que se forja cualquier escritor primerizo.
La enumeración de mis pasos en falso y mis palos de ciego antes de cruzar por vez primera el Atlántico sería el cuento de nunca acabar, pero el que más lamento es la atolondrada decisión de dejar Cambridge, donde me prolongaban la beca de que disfrutaba, por Dallas, de la que lo único que sabía es que era una «ciudad fronteriza» según una película protagonizada por Gary Cooper. Después de ese mal paso, era l
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